Es público que López Obrador lo aborrece y que al doctor Graue le ha tocado resistir la granizada ateísta. En noviembre de este año, Enrique Graue dejará el cargo y la chimenea. Su oro deberá arrojar el humo blanco que indique quien será su sustituto. Un parto nada fácil, pues la comadrona morena mueve sus piezas. Pero antes de que el rector Graue se encamine a estos últimos siete meses, mucho bien le haría que se asomara a un tema que parece evitar a toda costa. En lo que se convirtió el equipo de futbol de Los Pumas. Y habló. No hablo de sus resultados y sus goles, de la golpiza que le aplicó Monterrey o del fracaso que es el Turco.
La UNAM, se sabe, es una especie de facilitador para que Club Universitario funcione. Dicho club opera como cualquier empresa privada, con socios inversionistas, un corporativo denominado Patronato, pero lleva ventaja al ser beneficiaria de Ciudad Universitaria, pues obvia decir que la gran mayoría de las instalaciones de Los Pumas en cualquiera de sus categorías son propiedad de los universitarios de la UNAM.
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