Conforme se acerca la fecha para la renovación de la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se hacen más evidentes las maniobras para manipular y dirigir el proceso.
Estas no se originan solo en el gobierno lopezobradorista, también en Ciudad Universitaria se mueven poderosos intereses que buscan lo mismo: influir o controlar un ejercicio que, se supone, es responsabilidad de la Junta de Gobierno.
En las semanas recientes, cuando la prensa tradicional renovó su interés en la sucesión de la UNAM, se hizo evidente la mano negra, y burda, del rector Enrique Graue.
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El mismo personaje que ha sido incapaz de plantarle cara a la violencia de género y también de enfrentar con entereza y sagacidad los embates de la ministra plagiaria Yasmín Esquivel Mossa, contra la UNAM; está metido en la lógica del dictadorzuelo que se ha puesto de moda en México y el mundo.
El doctor Graue no solo quiere controlar su sucesión ni se conforma nada más con influir en ella.
Maltrecho y en medio de una crisis de desprestigio por sus gastos y sus viajes, con la pistola de la 4T apuntándole a la cabeza desde el SAT, Graue quiere desplazar, o maniatar, a la Junta de Gobierno para prácticamente, él mismo designar a su sucesor.
No es casual que tres medios de comunicación, “interesados en el tema simultáneamente”, configuren sus tarjetas de apuestas y sus ternas de posibles candidatos a rectores, exclusivamente con colaboradores o empleados del actual Rector, como si en la comunidad universitaria no hubiera más que solo el equipo de Enrique Graue.
Luis Álvarez Icaza, el reivindicador de la Casta Dorada y administrador de Graue; Leonardo Lomelí, el operador de Graue; Imanol Ordorika, el puente con la 4T que cobra en la Torre de Rectoría; Patricia Dávila, la Secretaria de Desarrollo Institucional también designada por el Rector, y William Lee, el rival más débil pero el gran coordinador de la Investigación Científica que, por adelantado, ya le declaró la guerra a Elena Buya y al Conacyt. Otro designado por el Rector.
Esas son las cartas que, “curiosamente” medios que repentinamente se interesaron en la UNAM, señalan como posibles, y entrevistan en una y otra parte, como si en verdad, en la UNAM no hubiera nada más allá del grupo de Enrique Graue.
Todos tienen algo en común: son empleados designados por el actual Rector. Su exposición y su visibilidad, por lo tanto, su eventual candidatura, se la deben a Graue más que a la comunidad universitaria.
Los actuales son, evidentemente, tiempos de autoritarismo y es fácil identificar de dónde copio Graue esa vena dictatorial que lo lleva a creer que puede imponer un sucesor.
El hecho es que ni es un rector carismático, ni es popular en el campus, ni tampoco llega al ocaso de su rectorado en un buen momento.
El pleito con Yasmín Esquivel lo desgastó mucho porque nunca actuó con decisión, las encapuchadas feministas han sido su talón de Aquiles durante siete años, las acusaciones en su contra se acumulan y varias tienen su origen en el propio gobierno morenista.
Sin embargo y a pesar de todo eso, Graue cree que puede acotar a la Junta de Gobierno para cerrarle las opciones y, en los hechos, imponer a su sucesor. ¿Será posible?
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